¡Hola! Hoy quiero hablar de un tema que me ha acompañado en muchas etapas de mi vida, aunque no siempre de forma consciente: el arte de amar. Y digo arte porque, como descubrí leyendo a Erich Fromm, amar no es algo que simplemente sucede, sino algo que se aprende, se cultiva y se perfecciona.
Cuando leí El arte de amar, entendí algo que, aunque suena obvio, solemos olvidar: el amor verdadero no es un accidente, ni un flechazo eterno. Es una decisión activa y una práctica constante.
Fromm describe que amar implica mucho más que sentir atracción. Amar es:
Cuidar, sin invadir.
Conocer, sin controlar.
Respetar, sin idealizar.
Responsabilizarse, sin poseer.
Y eso, créeme, es más difícil de lo que parece.
Me puse a pensar: ¿Cuántas veces he esperado que el amor “se sienta bonito” todo el tiempo, sin hacer el esfuerzo real de construirlo? ¿Cuántas veces he confundido comodidad o necesidad emocional con amor genuino?
Amar, como cualquier arte, exige preparación, paciencia y entrega. Nadie espera tocar el piano perfectamente sin practicar. Nadie debería esperar amar sanamente sin aprender, equivocarse y mejorar.
Algo que también me resonó mucho fue la idea de que no puedes amar a otros de manera madura si no has aprendido a amarte de forma sana a ti mismo. No desde el narcisismo, sino desde la aceptación honesta: reconocer tus defectos, tus luces, tus sombras… y trabajar en ellos sin flagelarte.
En resumen, El arte de amar me dejó una lección clara: El amor que vale la pena construir requiere esfuerzo consciente. No es espontáneo. Y eso no lo hace menos mágico; lo hace más real.
Así que la próxima vez que hablemos de “encontrar el amor”, tal vez deberíamos pensar más en construirlo, día a día, decisión a decisión.
Inicia una conversación